Un estudio realizado durante cuarenta años, en el que se tomó como muestra a unos diecisiete mil hombres, reveló que los que hacían ejercicio una o dos horas a la semana (quemando unas quinientas calorías) tenían índices de mortalidad de un 15% a un 20% más bajos que aquellos que no hacían ejercicio.
Los que practicaban ejercicios vigorosos (quemando dos mil calorías a la semana) tenían un índice de mortalidad un 30% más bajo. Otros estudios han llegado a la misma conclusión: el ejercicio regular reduce el riesgo de la hipertensión, de las enfermedades coronarias y, posiblemente, incluso del cáncer. También ayuda a combatir el exceso de peso, la falta de amor propio, el estrés, la ansiedad y la depresión.
La razón de que el ejercicio regular aporte tantos beneficios es que eleva la capacidad y resistencia física de la persona, o lo que es lo mismo, mantiene a uno en buena forma física. Aunque estar en forma no garantiza una buena salud, reduce el riesgo de enfermedad y, en caso de haber contraído alguna, contribuye a una recuperación más rápida. La buena forma física contribuye al bienestar mental y emocional de la persona y a un retraso de los efectos del envejecimiento
Póngase metas realistas
Si decide emprender un programa de ejercicios, ante todo no se ponga metas poco realistas. Comience despacio y vaya aumentando la intensidad poco a poco. De un tiempo a esta parte, los científicos se han percatado del valor del ejercicio físico suave y moderado, y recomiendan a las personas sedentarias que incrementen su actividad de forma gradual. Por ejemplo, el boletín UC Berkeley Wellness Letter —una publicación dela Universidad de California sobre nutrición, la buena forma física y el control del estrés— aconseja: “Empiece incorporando unos cuantos minutos de mayor actividad al día, y vaya aumentando hasta llegar a treinta minutos todos los días o, de no ser posible, varios días a la semana”. Según dicho boletín, “basta con realizar las actividades normales —como caminar y subir por las escaleras— con más frecuencia, durante más tiempo o a un ritmo más rápido”.
Quienes empiezan deben centrarse en la regularidad más que en la intensidad. Solo cuando hayan desarrollado fuerza y resistencia, pueden aumentar la intensidad de los ejercicios. ¿Cómo? Una posibilidad es dedicando más tiempo a actividades fuertes tales como caminar a paso ligero, correr, subir escaleras o montar en bicicleta. Y para completar un programa equilibrado, con el tiempo podrían incorporarse pesas y ejercicios de estiramiento. Recuerde, no obstante, que muchos expertos en salud discrepan de la máxima de que “si no duele, no hace efecto”. Así pues, para reducir el riesgo de sufrir lesiones y evitar el agotamiento y el desánimo que empuja a muchos a abandonar el ejercicio, manténgalo a un nivel cómodo.