Prácticamente, no hay ningún traumatismo en que no se produzca hemorragia, de mayor o menor gravedad. Desde las ligeras extravasaciones o equimosis, que existen en las contusiones de primer grado, hasta las graves hemorragias internas de las contusiones de tercer grado, pasando por la gran variedad de las hemorragias posibles en las heridas.
Por tanto, y ya desde un principio, distinguiremos la hemorragia interna de la externa, en que vemos salir la sangre al exterior. En la primera, aparentemente no hay salida de sangre de los vasos, pero en realidad se produce en las cavidades del organismo, constituyendo casos de extrema gravedad. Ejemplo de hemorragias internas son las que ocurren en las contusiones abdominales importantes, en que puede haber roturas de órganos muy vascularizados, tales como el hígado, el bazo, o el riñón, que obligan a rápidas intervenciones quirúrgicas si se quiere salvar la vida del enfermo.
Hay circunstancias que favorecen la aparición de tales hemorragias internas, tales como la existencia de alteraciones importantes en los mecanismos de coagulación de la sangre, cuyo ejemplo más típico es la hemofilia. Igualmente, enfermedades ya existentes, tales como el paludismo crónico, que afecta al bazo, enormemente aumentado de tamaño y de extrema fragilidad en esta enfermedad, hacen temible una mínima contusión a su nivel, por la rotura del órgano y consecutiva y gravísima hemorragia interna. El hígado es otro de los órganos abdominales que pueden romperse con más facilidad en determinadas enfermedades, o incluso sano, si la fuerza del traumatismo es lo bastante intensa; lo mismo podemos decir del riñón.
Otro tipo de hemorragias internas, que aún no ha sido lo suficientemente valorado por el público ni incluso por los médicos, es el producido en algunos tipos de fracturas.
Pero las típicas hemorragias traumáticas son las que se exteriorizan a través de las heridas.
Las hay que son casi inmediatamente mortales, como las causadas por la lesión de la aorta o de los grandes vasos cardíacos del cuello y de los miembros.
Las hemorragias arteriales se caracterizan por la gran cantidad de sangre vertida, su color rojo vivo y su salida a oleadas en sincronismo con el pulso. Su gravedad está en relación directa, según se ha dicho, con el calibre del vaso afectado por la herida.
Las hemorragias graves, de no causar la muerte, nos ofrecen el conocido cuadro clínico de la anemia aguda, que se distingue por la palidez marmórea del herido, la rapidez del pulso o taquicardia, la frialdad de las extremidades, el sudor frío, el descenso de la presión arterial y de la temperatura corporal o hipotermia, la sed insaciable. Basta la cohibición de la hemorragia y la reposición de la sangre perdida mediante una o varias transfusiones, para que esto cese.
Las hemorragias venosas son más frecuentes que las arteriales debido a la situación superficial de muchas de las venas y porque su pared es más delicada que la de las arterias. Si la herida es abierta al exterior, la sangre venosa sale como babeando y presenta un color rojo oscuro. Las heridas de los grandes vasos del cuello o de las extremidades pueden dar lugar a la muerte rápidamente.
La embolia gaseosa. Esto puede ocurrir en las heridas de las venas del cuello o axila, en que la presión negativa del tórax, en cada inspiración, favorece la entrada del aire. Si la cantidad de aire que llega a penetrar es bastante grande, aparece la temida embolia gaseosa.
Tratamiento. Consiste fundamentalmente en la detención de la salida de la sangre. En el caso de heridas arteriales o venosas de los miembros la solución de urgencia es la aplicación de un torniquete o ligadura exterior entre el corazón y el vaso afectado. El torniquete ha de estar lo suficientemente apretado para impedir que siga saliendo sangre, cosa que a veces no puede evitarse, pues la simple compresión basta para detener la sangre venosa, pero no la arterial.
Debe colocarse además una sustancia blanda para evitar lesiones secundarias de los vasos, que se harían irreversibles después de un cierto tiempo. Si por cualquier circunstancia la asistencia médica se retrasa, se hale necesario aflojar el torniquete periódicamente -cada hora u hora y media como máximo- para permitir que llegue la sangre a las regiones situadas debajo del mismo.
En los casos en que por la situación de la herida, o por falta de medios, no pueda colocarse el torniquete, no hay más solución que la compresión con los dedos del punto inmediatamente superior al que sangra, en las heridas del cuello, comprimiendo la carótida contra las vértebras del cuello; en la axila, hundiendo los dedos por encima de la clavícula; en el muslo, apretando la arteria femoral, cuyo latido se
percibe perfectamente, por encima de la lesión; en la pierna, apretando digitalmente en la parte posterior de la rodilla o hueco poplíteo, etc.
percibe perfectamente, por encima de la lesión; en la pierna, apretando digitalmente en la parte posterior de la rodilla o hueco poplíteo, etc.
El tratamiento definitivo se aplicará en un centro médico y consistirá en la ligadura de uno o varios vasos, o bien en la sutura de los mismos, o en la colocación de un injerto de materia plástica, como el llamado teflón, o de un injerto formado con un trozo de vena.
A continuación se practicarán las transfusiones adecuadas necesarias para la restitución del volumen de sangre perdida, para que esto permita superar eficientemente la gran complicación de los traumatismos o el llamado shock traumático.